martes, 1 de agosto de 2017

ALGO NUEVO II

II

noviembre 13/ 2016

Despertar fue todo un desafío. No recordaba una resaca tan fuerte desde hacía mucho tiempo. Había dormido en la habitación de invitados, en una de las camas individuales, tras beberse en el club una botella completa de vodka y comenzar con cocteles de diferentes sabores. Shay le advirtió que estaba haciendo mal al beber tanto, pero Bill quería, literalmente, ahogar sus penas en alcohol. Mientras se preparaba en la cocina una mezcla que mejorara su resaca, Tom apareció.
—Ah, al final volviste a casa —en realidad Tom había estado pendiente de su llegada y no durmió hasta saberlo seguro, pero no iba a admitirlo tan fácilmente.
—No quiero hablar ahora, Tom; me duele cabeza.
—Bebiste demasiado alcohol, y sabes que no puedes hacerlo, por tu salud.
—Ya sé, ya sé —Bill se fue de nuevo hasta la habitación en que había dormido, con el vaso en la mano; ya allí, tomó un rotulador y le escribió “A Giant Bill”, le hizo una foto y la subió a su Instagram Story: ya sabía que lo habían fotografiado la noche anterior, al menos debía justificar su mala cara aceptando que estaba muy borracho. Se quedó allí encerrado, acostado y en silencio, intentando dormir todo el resto del día.

Mientras, Tom se metía a las redes sociales que sabía siempre estaban pendientes de ellos, especialmente de sus fans, porque si Bill no le contaba cómo había pasado esa noche, él al menos tenía que llevarse una idea, su lado de hermano protector y su lado de amante celoso se unieron con el mismo fin. Lo primero que vio fueron fotos de paparazzi que le tomaron a Bill afuera del Delilah Lounge, y sí, él realmente parecía no estar bien, se le veía apagado y cansado; pero luego vio otra imagen colgada en su instagram por un conocido de ambos —Bill llamaba amigo o amiga a muchas personas, pero Tom era mucho más cuidadoso con sus afectos— donde él sonreía abiertamente, pasando un brazo por sobre el joven y posando para el selfie. Entonces, ¿Bill estaba sufriendo o simplemente había decidido pasar hoja y olvidar?
—Creo que sí te divertiste anoche —entró a la habitación de invitados donde Bill seguía recostado con el brazo derecho tapándole los ojos.
—Tom, déjame en paz; me duele la cabeza...
—No hubieras bebido tanto entonces. Lo siento por ti pero no puedo quedarme callado porque explotaré...

Bill se sentó lentamente sobre la cama.
—Habla entonces —miró hacia abajo, intentando no enfocar el rostro turbado de Tom.
—Anoche... dijiste cosas muy duras, que espero pienses mejor...
—No tengo que pensarlo, Tom; necesitamos darnos espacio, decidir qué es lo que queremos realmente, qué estamos dispuestos a sacrificar y qué... no. Prefiero que no estemos juntos a que nos peleemos como ayer.
—¡Esa pelea fue tu culpa!
—Sí, claro, todo es culpa mía, siempre; no quiero volver al mismo círculo vicioso, ¿entiendes? Le pediré a Shiro que me busque un apartamento que rentar y...
—Ah, Shiro, debí imaginar que su garra andaba metida en esto.
—¿Qué te traes con Shiro, Tom?
—Es que no te das cuenta, ¿verdad? Como hemos sido sus juguetes, cuán mala ha resultado mucha de la publicidad que nos ha gestionado como aquel programa para hablar de sexo, ¡cómo no previno que preguntarían si tú y yo tenemos sexo juntos!, se veía venir, pero creo que le gusta todo eso, por un lado casi obligándome a sacar a Ria a todas partes y por el otro dándole por el gusto a quienes creen que tenemos algo más que hermandad, ¡cualquier cosa le sirve!, y a mí no me gusta que me manipulen así...
—Él y Shay nos apoyaron siempre, desde que llegamos.
—Ajá, se fue haciendo imprescindible, y luego lo dejamos dirigir nuestras vidas. Ya no, Bill, ya no quiero eso.
—De verdad que no te entiendo, Shiro ha hecho todo por nuestro bien...
—¡Pero lo ha hecho mal!
—No pienso igual que tú; lo siento.
—Yo también lo siento porque... nuestras desavenencias personales estén llegando a nuestro trabajo, va a hacerse difícil trabajar así.
—Entonces tal vez... ya ni siquiera debamos trabajar juntos... —lo había dicho muy calmado y Tom lo miró fijamente, pero Bill no parpadeó.
—Creo que —Tom titubeó—... mejor te dejo... pensar... las cosas que estás diciendo... y darte tiempo de arrepentirte.
—Como quieras —Bill se volvió a recostar y cerró sus ojos.

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El dolor sordo en su pecho se había instalado. Tom sabía que eso era un mal síntoma; siempre que lo había sentido antes, había estado a punto de perder a Bill por una u otra razón: cuando Bill se deprimió en 2007, cuando tuvieron que operarlo en 2008, cuando tuvo aquel accidente de automóvil en 2009, la noche exacta en que tuvo un affaire sexual con aquella modelo, en agosto de 2010; cuando él se enteró de la verdad en 2011 y creyó que no sería capaz de perdonarlo. Luego, muchas veces, el dolor llegaba y se iba, pero nunca con la persistencia que estaba tomando en esos días.

Él sabía que esta vez el peligro era mayor, que Bill parecía hablar del tema de separarse como si ya no le afectara tanto. Incluso cuando Tom intentó por un tiempo hacer real su relación falsa con Ria, Bill no se rindió: siguió teniendo fe en que todo se arreglaría al final, que volverían a estar juntos, que solo era una mala racha, y que él había hecho también una herida profunda y, por lo tanto, lo más justo era que le fuera devuelta. Pero ahora hablaba de mudarse, de no trabajar más juntos, sin grandes emociones, como si hubiera aceptado la separación como algo inevitable y, tal vez, necesario.

Tom se preguntó si podría hacerlo también, si podía contemplar calmadamente la posibilidad de ya no estar con Bill pegado a su costado 24 por 7, de no tener sus caricias, sus besos, su sexo que lo saciaba como nadie jamás lograría, su calor en las noches y su abrazo que le espantaba cualquier miedo o angustia; y sí, tal vez Bill tenía toda la razón cuando se burlaba de él en las entrevistas diciendo que Tom era mucho más dependiente de su gemelo, que no podía estar más de dos días lejos sin volverse un poco loco. No, Tom sabía que no podía separarse de Bill, que moriría si tuviera que hacerlo, que ese dolor sordo se haría más y más fuerte hasta romperle el corazón. Por eso, necesitaba entender lo que estaba ocurriendo, y solucionarlo.

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A pesar de todo, continuaron trabajando juntos, y unos días después mostraron al mundo el remix que ambos le habían hecho a la canción “Fabienne”, de Nisse. Al día siguiente, estaban invitados a la afterparty de los AMA, pero más temprano tenían un photoshoot para el nuevo álbum, sui generis porque Georg y Gustav lo hicieron desde Alemania coordinados con otro fotógrafo además del que tomaba imágenes para los Kaulitz; al frente de la dirección artística estaba Lado Alexi, quien además de artista y amigo era el esposo de Natalie Franz, la que se había mantenido en sus vidas por muchos años ya y, a pesar de que ahora tenía su propia empresa de cosméticos, no cedía en su empeño de seguir siendo la estilista oficial de la banda.

Cuando Tom y Bill salieron de la locación escogida para las fotos, Tom, quien una vez más conducía el auto mientras Bill iba a su lado de copiloto, dirigió este hacia un famoso restaurante especializado en comida afrodisíaca.
—Ni lo sueñes, Tom; no voy a entrar ahí —se resistió Bill a bajarse del auto.
—¿Por qué no? Te encantan las ostras.
—Sí, pero quiero que vayamos a casa; tengo que ducharme y cambiarme de ropa para la fiesta de Drake.
—Te ves bien como estás, y siempre hueles bien, aunque no te duches, ya te lo he dicho muchas veces —logró sacarle a Bill una sonrisa.
—¿Ostras? Entonces solo debo fingir que no sé qué intenciones tienes cuando quieres que las comamos.
—¿Que tengamos sexo salvaje? Nunca necesitamos ayuda para eso —en realidad, Tom ya extrañaba hacer el amor con Bill pero parecía que este le rehuyera desde su pelea; o quizás era él quien no se atrevía a acercarse por miedo a ser rechazado.
—Es cierto —Bill encogió los hombros y se levantó al fin; Tom sonrió complacido.

Ya servidos, Bill fotografió la mesa para colgar la imagen en su muro de Instagram.
—Le darás qué pensar a nuestras fans. A veces eres demasiado cuidadoso y otras...
—Otras solo quiero dar qué hablar, porque no está pasando nada fuera de lo normal aquí, ¿no? Somos dos hermanos comiendo ostras... —se llevó una a la boca y la saboreó; Tom se quedó mirando sus labios, casi hipnotizado. Miró alrededor luego, estaban rodeados de parejas, fueran del mismo sexo o no... ¿era normal que dos hermanos, gemelos, estuvieran allí comiendo ostras?
—Nunca hemos sido normales, ¿verdad?
—No —Bill se sirvió del vino blanco que pidieron para acompañar, y empezaron a sonreír, conversar y jugar como si nada malo hubiese pasado entre ellos.

Con ese ánimo se fueron a la fiesta en el Delilah Lounge; ya allí, Bill no pudo evitar recordar su angustia de solo una semana atrás que solo pudo ahogar con grandes cantidades de alcohol. Él también extrañaba a Tom, pues aunque lo viera todos los días no era lo mismo que besarlo, abrazarlo, respirar su olor, entrar en su cuerpo y hacerlo suyo, reclamar toda su esencia; pero igual le seguía jodiendo mucho la actitud cobarde de Tom ante los sacrificios que su relación les estaba demandando. Por eso le había dicho que se mudaría. No obstante, la noche se estaba volviendo demasiado excitante, o era él quién estaba excitado mientras miraba a Tom usar un abrigo que había tomado prestado de su guardarropa y moverse al compás de la música sin dejar de mirarlo con esos ojos... necesitados, a pesar de todos los que allí sí los conocían.

Entonces comenzó a sonar esa canción que le traía tan buenos recuerdos, “I love you so bad”, de LANY, la que en enero de 2015 ya mencionado en su instagram: “Nunca había sentido de este modo, no puedo tener suficiente, así que quédate conmigo. No es que tuviéramos grandes planes, conduzcamos alrededor de la ciudad con las manos tomadas”. Tom se le acercó más, con una sonrisa cómplice, cargada de intenciones. “Y necesitas saber que eres el único; todo bien, todo bien. Y necesitas saber que me mantienes despierto toda la noche, toda la noche. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto”. De pronto, Bill dejó de ver a la gente a su alrededor, en realidad estaba muy oscuro y parecía fácil creer que no existía nadie más que los dos. “Frío rabioso completamente vestido, calor rabioso cuando te acercas... a mí. Baila lento en estas noches de verano, nuestra bola de la disco es la luz de mi cocina. Y necesitas saber que nadie podría ocupar tu lugar, tu lugar. Y necesitas saber que estoy infernalmente obsesionado con tu cara, con tu cara. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto.Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto”. Tom estaba tan cerca ahora que Bill no podía verlo: se había situado detrás suyo y hacía coro a la canción directamente en su oído. Bill tomó su teléfono e hizo una foto de su entorno mientras Tom rozaba suavemente su espalda y le susurraba: Tengo que ir al baño; no sé tú. “Y necesitas saber que eres el único, todo bien, todo bien. Y necesitas saber que me mantienes despierto toda la noche, toda la noche. Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto. Oh, oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto, tanto, oh”. Lo miró alejarse entre la penumbra, y no lo pensó más, “Oh, mi corazón duele... Oh, mi corazón duele... Oh, mi corazón duele... tanto, oh”.

[19Todavía sonaban algunos acordes de la canción cuando se metieron a uno de los cubículos del fastuoso baño para hombres del club, besándose y acariciándose como si quedaran solo segundos para el fin del mundo y hubiera que aprovechar muy bien el tiempo; no hablaron ni una palabra, solo sus cuerpos se expresaban entendiéndose en su propio lenguaje; jeans y pantalones fueron a parar al piso, afortunadamente muy limpio. Bill se sentó sobre la tapa de la taza y Tom, sosteniéndose de su cuello, se sentó en su regazo, haciéndose penetrar sin mayor preparación que el deseo arrollador que lo estaba consumiendo y las ansias por fundirse carne con carne con su gemelo. Al inicio dolió un poco, pero como en esa posición él podía controlar la intensidad y el ángulo del movimiento, pronto el dolor se convirtió en placer. Sus voces se dejaban escuchar en gemidos y jadeos, en expresiones de “Mierda, mierda, sí, justo ahí, justo así”. Estaban tan inmersos en su placer, en el orgasmo que les llegó casi a la misma vez, que no escucharon cómo otras dos personas entraban con las mismas intenciones que ellos pero desistían al escuchar sus gritos y se marcharon entre risas. Con el papel sanitario a su lado se limpiaron lo mejor posible antes de volver a besarse y quedarse un rato frente con frente, recuperando el ritmo normal de la respiración.
—No creo poder quedarme mucho rato más en esta fiesta, Billy; quiero que volvamos a nuestra casa.
—De acuerdo, solo deja que me despida de las personas que conozco acá; y tú también, debes socializar un poco.
—No creo que pueda socializar mucho con tu semen escurriendo entre mis nalgas mientras camino o converso con alguien...
—Ay, es cierto —Bill se rió—; disculpa.
—No, no te disculpo; todo está como yo quería que estuviese así que... no hay arrepentimientos.
—¿No hay?
—No por mi parte; vámonos, Billy, no será la primera ni la última vez que nos escabullamos...
—De acuerdo. Yo saldré primero y nos reuniremos en la puerta de salida del club, ¿está bien?
—Está bien —asintió Tom dejando ver su más pícara sonrisa.

Afuera, los paparazzi los fotografiaron apresurándose al auto de Tom.
—Demoraste —dijo Tom cuando Bill entró unos segundos después que él.
—No lo pude evitar, varios me detuvieron para hablarme, pero estuve a dos pasos de ti todo el tiempo —se estiró hacia atrás con una expresión satisfecha: no podía negar que tener sexo en un lugar público, con el condimento del peligro, le daba una energía diferente, lo hacía sentir eufórico; y constatar el efecto que seguía teniendo en su gemelo elevaba su autoestima a niveles estratosféricos.

Tom arrancó y cuando ya se incorporaban al tráfico nocturno de la ciudad, hizo sonar una canción en el reproductor; otra vez se escuchó “Oh, mi corazón duele tan bien, te amo, bebé... tanto, tanto...”.
—Nunca más podré escuchar esa canción sin excitarme —casi jadeó Tom.
—Hmmm, ¿quiere decir que sigues excitado... ahora?
—Solo espera que lleguemos a casa y podrás comprobarlo por ti mismo.


  ********************

Despertar con Tom recostado, casi refugiado, en su pecho, era algo que Bill realmente había extrañado durante esa semana. Y era tentador dejar todo así, solo disfrutarlo sin trabas; pero en la cama ellos nunca habían tenido problemas, la pasión siempre estaba dispuesta, la excitación y el deseo se hacían presentes con solo una mirada, y jamás habían quedado insatisfechos; incluso en los peores momentos por los que había pasado su relación, incluso cuando Tom se engañó a sí mismo creyendo —por muy poco tiempo— que con Ria tal vez podía superar lo que tenía con Bill, el sexo entre los dos siguió siendo habitual y gratificante. Era fuera de esa zona de confort que necesitaban construir paredes más sólidas que sostuvieran esa relación que tantas veces se había resquebrajado; y esta vez, Bill no aceptaba menos que todo; él quería todo de Tom: su amor, su pasión y su voluntad.
—Billyyyy —Tom despertó por el movimiento de su gemelo al separarse—; quedémonos tranquilos un poco más.
—Duerme, Tomi, duerme; yo tengo cosas que hacer.

El sueño venció otra vez a Tom, quien normalmente era difícil de despertar, mientras Bill iba a darse una ducha, beber algo de café y sacar a los perros; tomar aire fresco mientras Pumba y Capper se movían juguetones y curiosos a su alrededor siempre le ayudaba a pensar. Miró a los perros olerse y jugar uno con el otro, e imaginó lo que se extrañarían si realmente se mudara y llevara a Pumba consigo.

Cuando regresó a la casa, ya Tom había preparado desayuno para los dos, y lo esperaba en la barra de la cocina. Esa mañana no tenían resaca; no habían bebido suficiente para alegar que no sabían lo que hacían la noche anterior cuando se arriesgaron a ser atrapados in fraganti cometiendo actos lascivos en un lugar público; y, mucho peor, si después de atraparlos se supiera que eran hermanos, los famosos gemelos de Tokio Hotel. El resultado sería un desastre impensable. No obstante, tomaron los riesgos conscientemente; apostando por algo nuevo.
—Sabes que tenemos que hablar, Billy; toma, hice malteada de vainilla para los dos —le alargó una de las copas altas rellenas de la sabrosa bebida.
—Gracias —le sonrió Bill, sincero, y se sentó cerca suyo; había otras golosinas a su alrededor; Tom había sido diligente—, realmente tengo hambre.
—Lo imagino; igual yo, anoche... gastamos muchas energías.
—Sí, eres insaciable —se carcajeó Bill, suavemente.
—Solo te extrañaba —le tomó la mano libre y deslizó la suya para entrelazar sus dedos.
—Tom, yo... te amo, mucho, más de lo que tú puedas saber, y te deseo, siento por ti todo lo que se puede sentir por alguien: amistad, admiración, pasión, amor; tú eres mi todo, mi único...
—Tú eres lo mismo para mí.
—¿Lo soy? Yo ya no estoy tan seguro de eso, cuando serías capaz de dejarme solo en Navidad para complacer a nuestra madre que me odia...
—Eso no es cierto... —Tom lo soltó antes de que Bill lo interrumpiera.
—¿No es cierto qué? Que Simone me odia o que me dejarás solo para ir con ella. Tal vez debas pensar tu respuesta porque de eso dependen muchas cosas.
—No puedo creer que me pidas escoger entre tú y mamá.
—Solo quiero ser primero para ti, como tú lo eres para mí, por encima de quien sea. Estoy dolido, Tomi, no te lo puedo negar, y tú debes saberlo bien porque lo sientes a través de nuestra conexión; estoy dolido porque exiges todo de mí, fidelidad, incondicionalidad, te pones celoso de mis amigos...
—¡Ah, por favor, ¿tus amigos?
—¡Lo que sea! El caso es que tú no haces lo mismo por mí a cambio.
—¡Bill! ¿Cómo puedes decir eso? Estás cansado de saber que eres lo más importante para mí.
—No si se trata de nuestra madre. Recuerda cada una de las veces que ella nos ha desafiado por nuestra relación, quién la ha enfrentado, y quién se calló dejando que siempre yo quedara como el culpable, el maldito.

Tom sabía que en eso Bill tenía razón, pero ¿cómo podría él enfrentar de ese modo a su madre?, enfrentarse a su desprecio... Sí, Bill lo hacía, pero a la vez hería con eso a Simone, y Tom no quería hacerle a su madre más daño del que ya sabía había hecho por amar a Bill del modo que lo hacía, de ese modo bizarro y prohibido para muchos tan difícil de entender.
—Billy, yo... sé que en parte tienes razón, y... te prometo solucionarlo, solo... dame tiempo, ¿sí? Un poco de tiempo para encontrar la solución.
—Yo veo muy clara la solución: es cuestión de elegir si eres valiente como para quedarte conmigo o prefieres ser el niño bueno de mami... sin mí.
—Espero poder encontrar un punto medio, ¿sí?; dame tiempo para hacerlo.

Bill lo pensó unos instantes; sí, estaba presionando a Tom pero, a su favor, él lo creía necesario.
—¿Crees que no puedo encontrar alguien bueno para mí? Me dolerá pero puedo encontrar personas que me aprecien verdaderamente, si tú no lo haces. Así que... el último plazo será Navidad, Tom; luego... mi mente estará abierta para algo nuevo.

Tom sintió la conocida punzada de los celos, y su reacción fue acercarse a Bill, abrazarlo apretadamente, oler su aroma que lo embriagaba, hablarle al oído.
—Eres mío, Billy; no vas a librarte de mí, ¿entiendes?
—No quiero hacerlo, Tomi, lo juro —le acarició la mejilla y luego lo besó, suavemente. Entre besos, caricias y susurros, se fueron a su habitación compartida.







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